Si dejas de imaginar tu comienzo y de proyectar tu extinción, si no extraes tu identidad de lo que guardas en tu memoria ni sueñas con lo que habrá de traerte el futuro, mira qué es lo que queda de ti, en este instante.
Date cuenta de que no puedes experimentar el tiempo, sino tan solo la cambiante trama de pensamientos, emociones, actos, objetos, brotando y desapareciendo incesantemente de un espacio silente de a temporal presencia.
El tiempo lo puedes pensar, lo puedes comprender, puedes utilizarlo, lo puedes perder, puedes ganarlo, e incluso lo puedes llenar de historias y hechos sobre los que construir una identidad imaginaria, pero no lo puedes experimentar.
En cambio, cuando te aquietas y dejas de verte como un movimiento que viene de un lugar y se proyecta hacia otro, te quedas aquí y ahora, en un aquí que no se mueve, en un ahora que no se escapa, y brota imperceptible, siempre presente, una experiencia real, la única posible, la experiencia de ser consciente.
Parece nada, cuando la despojas de contenidos, pero ella esconde la verdad sobre quién eres.
Desde luego que experimentas la fugacidad de toda forma percibida o pensada, ¡todo se escurre entre los dedos! Has constatado cómo tu cuerpo cambia, cómo tu personalidad se transforma, experimentas permanentemente la aparición y desaparición de objetos en tu campo de conciencia hasta el punto de que te has creído uno de ellos.
Pero observa y dime,
¿has experimentado alguna vez el comienzo de tu mismo o crees que alguien puede haberlo hecho?
¿la experiencia de tener conciencia de ti mismo ha comenzado acabado alguna vez, ha cambiado o evolucionado?
¿qué hay de ti mismo en los momentos en que tu memoria no está operativa?
¿acaso dejas de ser o simplemente hay un vacío de pensamientos?